Hace algún tiempo uno de los periodistas más reconocidos en Colombia, confesó que durante muchos años realizó una profunda investigación con el fin de recoger hechos históricos que sin necesidad de leer los evangelios, describieran o confirmaran aquello que vivió y sufrió Jesús. Antes de continuar es importante señalar que ni el periodista, ni el grupo de científicos o historiadores son cristianos, pero al terminar su exhaustiva investigación no pueden explicar cómo un hombre pudo sufrir tanto dolor, durante tantas horas de tormento. Esto les ha llevado a replantear profundamente su ateísmo y las verdades plasmadas en la biblia.

Aquí les traemos algunas de las conclusiones que Juan Gossaín, columnista del principal diario en Colombia, El Tiempo, narra en su investigación.

"Confieso que he dedicado media vida a investigar qué es lo que dicen sobre tales acontecimientos aquellos historiadores de la época que no tuvieron influencias religiosas ni fueron partidarios del crucificado. Me refiero a historiadores profesionales o testigos presenciales que no eran cristianos. A gente que, por no tener interés personal en el asunto, hiciera un relato objetivo y ponderado.

He buscado, además, las pocas pero extraordinarias investigaciones científicas sobre la muerte de Cristo que se han conocido en los veinte siglos largos transcurridos desde entonces. A renglón seguido les resumo ambos temas.

Sospecho que ustedes van a quedar tan asombrados como yo al descubrir que, desde un punto de vista netamente médico y académico, los doctores coinciden con la narración de los evangelistas.

No soy teólogo ni predicador sagrado, sino un humilde periodista que se limita a registrar los hechos tal como ocurrieron.

En carne viva

Haga de cuenta que ya son las 12 del día de aquel viernes trágico. El sol está alto en el cielo. Jesús acaba de llegar al monte Calvario, o monte de la Calavera, en las afueras de Jerusalén, un pequeño promontorio llamado así porque no tiene hierba y parece una cabeza pelada. Yo lo recorrí hace muchos años, haciendo periodismo. En idioma arameo, calavera se dice ‘gólgota’.

En el camino hacia la muerte, Jesús lleva a cuestas el madero horizontal de la cruz, llamado 'patibullum', el cual, según las informaciones más serias, pesa alrededor de sesenta kilos. El vertical se lo agregarán cuando ya esté en el monte, poco antes de crucificarlo, puesto de espaldas al suelo, de cara al sol del mediodía. Lo acompaña el populacho frenético, revueltos malhechores y niños con mujeres curiosas, que disfrutan morbosamente con el terrible espectáculo. Lo empujan hasta hacerlo rodar por el suelo de piedra, se ríen de él a carcajadas, los soldados romanos lo insultan.

Flavio Josefo, un respetado cronista del paganismo, relata que “se burlaban de él lanzándole escupitajos y gritándole: ‘Si tu Dios te quiere tanto, que venga a salvarte’. Parecían perros sedientos de sangre tras los despojos del pobre hombre”.

“Y, sin embargo”, agrega Plinio el Joven en sus anotaciones romanas, “aquel condenado adolorido y sangrante los miraba a todos con una mirada mansa y piadosa”.

Antes de iniciar su recorrido hacia el Calvario, a través de un laberinto de callecitas que hoy se conoce como “viacrucis”, Jesús fue castigado con 39 latigazos en la espalda desnuda. Treinta años después, el historiador romano Cayo Graciano, que también era pagano, y que pudo entrevistar a varios testigos presenciales, nos informa que tales látigos son tiras de cuero que llevan colgadas unas bolas metálicas.

Fueron esas bolas las que le provocaron los enormes moretones que se le veían en la espalda. Como si fuera poco, también lo azotaron con un monstruoso instrumento de tortura, unos largos pedazos de hueso afilado, que le cortaron la carne severamente.

‘¿Cómo pudo aguantar?’

“¿Cómo pudo resistir ese hombre semejante dolor durante tanto tiempo?”, se preguntó un día el fisiólogo Zacarías Frank, uno de los investigadores médicos más respetados del siglo XX, austríaco de nacimiento, y que tampoco era cristiano, sino judío practicante.

Sobre ese aspecto específico hay un hecho elocuente que poca gente conoce. El dolor de Jesús era tan agobiante que en esa época no existía una palabra para describirlo, ni siquiera en la ciencia médica. Tuvieron que pasar diecinueve siglos antes de que inventaran el término apropiado para referirse a un dolor que no se puede soportar: los doctores lo llaman, precisamente, ‘dolor excruciante’, que, traducido al lenguaje corriente, significa ‘dolor que se siente en la cruz’. La Academia Inglesa de Medicina lo describe así: “Dolor atroz, insoportable y agonizante”.

Los clavos

Volvemos al monte Calvario. Ya lo están clavando en la cruz, que será levantada en medio de la colina. Ahora hemos venido a saber, gracias a las investigaciones científicas más respetables, que, contra lo que suele creer la tradición popular, y contra lo que se representa en cuadros y dibujos de la imaginería artística, los clavos no le fueron puestos en las palmas de las manos. Se ha aclarado ya que en aquella época, en el idioma latino que también se hablaba en la colonia romana de Palestina, la palabra manos se escribía 'manibus', pero no solo se refería a las manos propiamente dichas, sino al antebrazo en general.

Nicu Haas, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, dirigió una cuidadosa investigación con la que demostró que si a Jesús lo hubieran clavado en la palma de las manos, el peso del cuerpo, por ley de gravedad, lo habría empujado hacia adelante y, con toda seguridad, se habría desclavado, cayendo al suelo.

En 1968, unos arqueólogos hallaron al norte de Jerusalén varios de los clavos que se usaban para las crucifixiones en tiempos de Cristo. Su tamaño, más largos que lo normal, parece demostrar que fueron usados para atravesar las muñecas y no las palmas.

Las sombras

Todos los testimonios coinciden en que Jesús murió a la hora religiosa de nona, la hora de la oración, que equivale a las 3 de la tarde de nuestra época. Flavio Josefo, el gran historiador romano, dejó registrado ese momento en la formidable crónica que escribió en su libro 'Antigüedades judías':

“Cuando el condenado expiró, el gigantesco velo que cubría lo más sagrado del templo de los judíos se rasgó en dos, de arriba hacia abajo, como si un rayo invisible lo hubiese destruido, y la tierra tembló con un grande estremecimiento, las piedras del monte se partieron sin que nadie las hubiera tocado, se abrieron las tumbas del cementerio del valle de Josafat, que queda frente al Calvario, y muchos cadáveres se pusieron de pie para ir en busca de sus familiares. Y a pesar de que solo era media tarde, el sol se ocultó, y el mundo quedó sumido en las sombras”.

A su turno, Plinio escribió que, “al ver lo que estaba pasando, uno de los soldados romanos se volvió a sus compañeros y exclamó: ‘Verdaderamente, este era el hijo de Dios’. Luego empezó a gritar, arrojó su lanza y se fue corriendo, colina abajo. Nunca más se volvió a saber de él”.

Entre tanto, Jesucristo se desangró en la cruz. La hemorragia era incontenible. “Sudaba sangre”, escribe Graciano. “Y jadeaba con desesperación. Se estaba ahogando”.

4 causas de la muerte

¿De qué murió Jesús, científicamente hablando? Josefo dice lo siguiente: “La crucifixión era una condena tan terrible que a Jesús le desmembró los órganos corporales. De lejos se le podían contar los huesos y las costillas”.

El médico Edward Albury, decano universitario en Oxford, y sobrino del legendario historiador inglés Arnold Toynbee, dice que Jesús sufrió una hemorragia terrible, que le causó a su organismo cuatro efectos principales:

Desmayos y colapsos fugaces, pero constantes, a causa de la baja presión sanguínea, que le sobrevino desde que lo estaban azotando en el palacio de Pilato, llamado pretorio. Esos desmayos fueron los que lo hicieron caer al suelo varias veces, cuando iba camino del Calvario.

Los riñones dejaron de funcionarle, lo cual le impidió conservar el poco líquido que le quedaba en el cuerpo.

Tuvo que haber sufrido una terrible arritmia cardíaca, con el corazón desbocado, tratando de bombear afanosamente una sangre que ya no tenía.

Cuando exclamó “tengo sed”, era porque el cuerpo estaba ansiando líquidos para reponer la sangre perdida.

Epílogo

A su turno, el fisiólogo alemán Walter Hernuth, que se describía a sí mismo como “ateo racionalista”, publicó en 1954 las conclusiones de su propia investigación. “Yo no creo que este hombre fuera hijo de Dios”, dice, con energía, “pero podría haberlo sido para resistir semejante tormento durante tres horas. No sé cómo lo hizo. No conozco a nadie que aguante eso”.

Ya son más de las 3 de la tarde. Al pie de la cruz, María, la madre, espera con una sábana en las manos que le entreguen el cadáver de su hijo. La acompaña Juan el Evangelista, que tiene apenas 24 años y parece un niño, el discípulo más joven de todos, el único entre los doce apóstoles que tuvo el coraje de acompañarlo hasta la muerte, desafiando la furia de la muchedumbre.

Cincuenta años después, a mediados del siglo I, el gran filósofo Séneca, que era profesor del emperador Nerón, escribió esta frase:

“No soy cristiano, pero me estremezco al pensar que Jesús murió lentamente, gota a gota, como su propia sangre”.(1)

(1) Periódico El Tiempo - Por: JUAN GOSSAÍN  23 de marzo 2016, La muerte de Jesús: verdad contada por los historiadores no cristianos)

La biblia nos enseña claramente:

Cada ser humano frente a Jesús tiene que tomar una decisión, que sin lugar a duda es la más importante de toda su vida, ¿Quién es Jesús para ti?

No existen puntos intermedios, Jesús aseguró ser el Hijo de Dios, el Salvador, aseguró que nadie puede ir a Dios si no es a través de Él, afirmó ser el único mediador entre Dios y los hombres.

La biblia anunciaba siglos antes todo aquello que padecería por amor a cada ser humano. La ciencia por siglos confirma cada uno de estos hechos, ahora es tu turno de ser radical en tu postura.

Vengan ahora. Vamos a resolver este asunto
—dice el Señor—.
Aunque sus pecados sean como la escarlata,
yo los haré tan blancos como la nieve.
Aunque sean rojos como el carmesí,
yo los haré tan blancos como la lana.

Isaías 1:18

Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.

Romanos 10:9-10