En la antigüedad, los sacerdotes eran los encargados de cuidar el candelabro, para que no se apagara.
La Biblia dice: “Ciertamente de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, y a sus ministros llama de fuego.” Hebreos 1:7.
Las lámparas son todas aquellas personas que Dios ha ungido para ser lámparas en sus pueblos, hombres y mujeres de Dios llamadas con un propósito divino de avivar sus familias, sus congregaciones y sus naciones.
Como pueblo de Dios, somos responsables de cuidar esas lámparas, de orar y velar por nuestros pastores, para que esa lámpara que Él ha puesto en medio nuestro, no se apague.
Como ministros, debemos no solo encender esa llama del Espíritu en nuestras vidas, sino mantenerla avivada, ¿Cómo? Amándolo a Él lo suficiente y buscándolo con desesperación.
David, Juan el Bautista, Moisés, Eliseo, Juan Hus, Charles Finney y John Whitefield, entre otros, fueron hombres que eran llamas vivientes, miraban el rostro de Dios todos los días. La piel de su rostro resplandecía después que había hablado con Dios.
¿Cuál era el secreto de Daniel? Miraba el rostro de Daniel 3 veces al día.
¿Cuál era el secreto de David? “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” Salmo 27:4.
Ministros Ustedes son las lámparas de la iglesia, es tiempo de clamar a Dios y decirle: ¡Haz arder la zarza en mí!